De la revolución al revolico (un epílogo provisional)
Por Ernesto Oroza
En Cuba no existen tiendas de autos, ha sido así por más de 50 años. El parque automotriz nacional se reduce a vehículos americanos y europeos anteriores a 1959, a autos para uso oficial, procedentes en su mayoría de la ex Unión Soviética y Argentina y a unas miles de máquinas importadas por técnicos extranjeros y marineros. Un intermitente sistema gubernamental de premios ha facilitado la compra hasta la fecha de otros miles de vehículos a trabajadores afiliados al sector estatal y que pueden probar la proveniencia legal del dinero empleado. Este limitado volumen de automóviles se sostiene por adaptaciones y reparaciones continuas, muchas veces radicales pero invisibles, ilegales, escondidas en las entrañas del vehículo. La integridad de la carrocería, por el contrario, había sido rigurosamente protegida por las ordenanzas viales.
Hace más de un año el gobierno cubano emitió una regulación que permite poner otra vez en circulación a aquellos autos destruidos por un choque, corrosión o abandono. En el pasado, cuando un auto por estos motivos salía de la vía pública resultaba imposible incorporarlo nuevamente. El decreto permite ahora re-inscribir automóviles si se conservan hasta un 60 por ciento de sus rasgos originales.
Seamos conservadores por inercia. Imaginemos la infinitud de posibilidades formales que provee la exigencia de guardar el 60 por ciento original de un fiat polski, o de su pariente ruso, el lada zhiguli. Visualicemos el torrente de singularidad que habita en las tres partes de un quinto para un volga, un moscovitch, un hyundai o un toyota corolla. Como la regulación no exige que el 60% sea un continuo dentro del cuerpo del auto, ¿pudiéramos hallar un 30% al frente y el otro 30 en la parte trasera? ¿Pueden dos puertas izquierdas del auto integrar el por ciento exigido y las dos derechas no? Lo que deseo notar es la matriz especulativa que inscribe la maldita limitación de preservar un 60%. Teóricamente la fórmula- para comprender su potencialidad y exagerar- puede llevarse al entorno molecular: habrá un sesenta por ciento de moléculas de la carrocería del auto que deben mantenerse por ley y un resto que están liberadas del control. Podemos empujar el análisis al ámbito de la historia del diseño: habrá un sesenta por ciento de superficies y componentes inmaculados ideológicamente, como si el desastre hubiera “curado” ciertos segmentos supurados por un lenguaje industrial severo en términos de estandarización, para hacerlos convivir 50 años después con un 40 porciento vernáculo y artesanal. Esa parte original, ese fragmento diseñado flotará como un organismo prehistórico en una sopa de magma ardiente. Si la ecuación en su restricción ya nos parece sutilmente evocadora, percatémonos ahora que la regulación está cediendo, por decreto, un rango del 40 por ciento a la fantasía técnica y formal. Las personas que entrevisté en la calle nombraron cada vez estos autos como “60 por ciento”, creo en oposición que la denominación más adecuada sería la del “40 por ciento”. Bajo mi supuesto, en esos dos quintos del auto se aloja la turbia gloria y germina nuestro zeitgeist. Ahí todo será posible, es la mente vacía. En el lugar antes ocupado por las partes desaparecidas del auto se desborda ahora la piscina genética de la invención.
Para empezar el fenómeno exige nuevos expertos. En los años venideros habrán entendidos del 60 por ciento compitiendo con otros del 40 restante. Solo hay que darse una vuelta por www.revolico.com para notar que tienes que llamar un experto en ladas o toyotas yari para arreglar un chevrolet. En las narrativas legales encontraremos truculentas maravillas. La batalla de por cientos que tomará lugar en el cuerpo de los autos tendrá un eco en el cuerpo de la ley general del tránsito. ¿Quién y cómo definirá las fronteras legales y físicas entre el 60% y el 40%? En marzo pasado hallé un Peugeot 404 diseñado en 1962 por Battista Pininfarina. El auto muestra el 60 por ciento del diseño original, al menos teóricamente, el 40 por ciento restante no puede ser adjudicado al diseñador de Turín. Los nuevos encuentros y líneas que aparecieron en el maletero, los sistemas técnicos ahora híbridos, los plexiglases de colores que sustituyen las ventanas, los guardafangos inflamados entre otras alteraciones conforman el 40% restante. Creo que las líneas de este auto evocan ahora una aerodinámica vernácula divertidamente especulativa y utópica. La forma de un auto, cuando su fabricante es serio, es también un diagrama de la velocidad, la resistencia del aire, las turbulencias y otras fuerzas del universo sobre el automóvil. Si damos por sentada esa relación y la invertimos, al cambiar la forma del peugeot de Pininfarina estaríamos diagramando y proponiendo las leyes físicas de un nuevo universo. Esta propuesta dejaría de ser delirante si se propone como un modelo de interpretación del caos que provocaran estos autos en su encuentro con la reglas del universo legal. Cuando el auto se alejó pensé que en su movimiento buscaba distanciarse para siempre de su referente, del modelo de estandarización con el cual compartirá desde ahora solo un determinado por ciento. Dos cuadras después hallé otro “40 por ciento”, es un volkswagen por delante y un fiat por detrás.
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